LEMAGORODSE

 Es sábado y casi no hay nadie en el parque. Es un milagro. Llevo acá

cerca de dos horas, supongo: no tengo el teléfono para fijarme. Hace un rato

descubrí que el mural de la araña no es de una araña, le faltan dos patas.

Quizá es una araña lisiada. El insecto del mural, en cualquier caso, tiene

seis patas y su cuerpo está formado por muchísimos puntos y ningún

contorno.


Susan me agarra la cara, examina mi nariz y dice que no es nada, unos

vasitos rotos, por eso la sangre tan fluida.

—Cada tanto me sangra igual —le digo.

—Va a ponerse morado, o verde, o ambas.

—Ya sé.

Me toma del brazo y camina conmigo. Dice que en su casa puede

curarme.

En su casa saca un botiquín, moja un algodón con yodo y me limpia.

Después vienen las curitas, el trabajo delicado de sus manos de enfermera.

Termina y me mira:

—Impecable.


—¿Vos tenés novio? —pregunta.

—¿Qué?

—Discúlpame. Será deformación profesional, pero estás medio palidota

y ese apetito es sospechoso. —Se ríe con una picardía que no se

corresponde a mi estado de ánimo.

—¿Ah?

—¿No estarás embarazada?

Siento un aire incrustado en el pecho. Me pongo de pie. Dejo el jugo en

la mesa. Le digo que estoy cansada, que quiero irme a mi casa.

—Discúlpame, no quise ser entrometida.

—No, para nada.

Salgo al pasillo y pido el ascensor



La madre y sus dos hijas viven en una casa, pero no se ven. Se

comunican a través de un cuaderno de notas que está en la mesa de la

cocina. Las notas tratan casi siempre de cuestiones prácticas: comida,

compras, tareas domésticas, la inclemencia del clima. El clima del lugar es

inclemente todos los días: hay un sol que quema como el fuego y la lluvia

cae en forma de tormentas demoledoras que derriban árboles y enfurecen el

mar. La niña más grande es la encargada de escribir las notas para su madre.


¿Y si renuncio a todo? ¿Qué es todo? Axel, el trabajo, la beca, mi

hermana. Marah. Por Dios, Marah. Me angustia la idea de verla hoy.

Imagino que le escribo para cancelarle: «No me siento bien, reagendemos.»

Ella me contesta enseguida: «Todo tiene un límite.» Y yo: «Si todo es Todo,

no puede tener un límite, es un contrasentido.» Ella me manda un gif de

fuck you.


Sus ojos eran grandes y negros;

su expresión, feliz. Un hombre feliz. Podría ser el frame de un portarretrato

genérico de farmacia «Es porque no lo conociste», me contestó mi hermana

cuando le dije que tenía cara de nada Ella sí lo conoció: sus primeros cinco

años, pero, para mí, eso tampoco alcanza. ¿No alcanza para qué? Para

sentirse parte. ¿Y qué si alcanza?

—Ok —dice Eloy—, gracias por la oreja.

—No, por favor.

—Descansa, pibita.

Cortamos.


Imagino que entra mi madre y me dice: Estás por convertirte en la casa

de alguien. Yo le digo: ¿Qué le hiciste a Ágata? No hay respuesta.

Imagino que entra Marah y me dice que es al revés. ¿Qué es al revés?

Lo que te dijo tu madre. Dice: Alguien está por convertirse en tu casa. Yo le

pregunto: ¿Cuántos pesos son quinientas libras?

Imagino que entra mi hermana: Felicidades —dice—, solo aquello que

dio fruto se pudre.

Suena el portero eléctrico. Me levanto a contestar.

Hago cuentas rápidas: nacería en verano, justo al comienzo del calor.

Me gusta el verano. La vida explota en tonos verdes

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