LEMAGORODSE
Es sábado y casi no hay nadie en el parque. Es un milagro. Llevo acá cerca de dos horas, supongo: no tengo el teléfono para fijarme. Hace un rato descubrí que el mural de la araña no es de una araña, le faltan dos patas. Quizá es una araña lisiada. El insecto del mural, en cualquier caso, tiene seis patas y su cuerpo está formado por muchísimos puntos y ningún contorno. Susan me agarra la cara, examina mi nariz y dice que no es nada, unos vasitos rotos, por eso la sangre tan fluida. —Cada tanto me sangra igual —le digo. —Va a ponerse morado, o verde, o ambas. —Ya sé. Me toma del brazo y camina conmigo. Dice que en su casa puede curarme. En su casa saca un botiquín, moja un algodón con yodo y me limpia. Después vienen las curitas, el trabajo delicado de sus manos de enfermera. Termina y me mira: —Impecable. —¿Vos tenés novio? —pregunta. —¿Qué? —Discúlpame. Será deformación profesional, pero estás medio palidota y ese apetito es sospechoso. —Se ríe con una picardía que no se correspond